martes, 27 de mayo de 2014

La línea de sombra (1917) Joseph Conrad

El título “Línea de sombra” hace referencia, como el propio Conrad explica, al momento en el que la juventud se queda atrás y ante nuestros ojos aparece la región que nos introduce en el mundo del deber y de la responsabilidad. Esto es, de la madurez. No obstante y aunque la primera intención de la obra sea describir este paso, “La línea de sombra” es, a mi modo de ver la evidencia de la necesidad de contar con un buen capitán y con una buena tripulación cuando se trata de vencer los imprevistos y las dificultades que aparecen durante la travesía, conduciendo al barco a un puerto seguro.  Ambas ideas aparecen unidas en la obra de Conrad. Asimismo la reflexión del paso de la juventud a la madurez entraña una meditación acerca de la la importancia de la responsabilidad. No basta con que sólo uno sea responsable. La tripulación entera ha de serlo.  Y ha de serlo porque gobernar un barco es una misión que obliga a cada uno de los que se encuentran a bordo. Es igualmente cierto, sin embargo, que el grado de responsabilidad no es igual para todos. El más exigente consigo mismo a la hora del cumplimiento del deber y del ejercicio de la prudencia ha de ser el capitán. La responsabilidad a la que Conrad se refiere es una responsabilidad individual y autoimpuesta. Existen momentos límites en los que ni moral ni legalmente nadie –excepto nosotros mismos- puede exigirnos la obediencia de una determinada conducta.
Al comienzo de la novela aparecen unas notas aclaratorias de Conrad. Tres son las ideas que cabría destacar: Una, que su pretensión no es explicar el mundo a través de lo sobrenatural puesto que la realidad en las que nuestras vidas se desarrollan ya es de por sí bastante compleja. Dos, que pese a esto es indudable que un choque mental o moral ejercitado sobre un alma sencilla provoca grandes efectos en su alma, efectos que deberían ser objeto de estudio y análisis. Tres, que la novela nació a partir de una experiencia personal. Por esto y porque aparece narrada en primera persona es por lo que a la hora de escribir el resumen he llamado “Conrad’ al protagonista.
El argumento es sencillo. El protagonista acaba de abandonar el barco en el que trabajaba en un puerto del Oriente con la intención de abandonar su vida de marino. Como ha de esperar unos días antes de  poder embarcarse rumbo a Europa, decide alojarse en el Hogar del Marino. Allí  conoce a un capitán-perito llamado Gilles, que le anima a tomar el mando, su primer mando, de un barco anclado en Bangkok. De esta manera deja aparcadas, de momento, sus intenciones de regresar al viejo continente y se dirige a tomar posesión de su puesto. El barco que ha de gobernar es un velero de primera clase, de bellas líneas y construido con sumo esmero. En cuanto a la tripulación se refiere, Conrad dice que no ha visto nunca una tripulación tan eficiente y dispuesta. Conoce a Burns, el segundo de a bordo. Éste le explica que el anterior capitán ha muerto en la misma cámara en el que en ese momento se encuentran. En vez de ocuparse de dirigir la nave, se pasaba todo el día encerrado en su camarote tocando el violín. No tardó en caer enfermo. La muerte le preocupaba más que la suerte del resto de la tripulación y si Burns no llega a obstinarse en cambiar el rumbo, no hay duda de que los habría conducido a todos a una muerte segura. Antes de morir les lanza una maldición rugiendo que espera que no lleguen nunca a buen puerto. Parece que sus deseos no tardan en empezar a cumplirse. Uno de los marinos enferma de cólera. Es conducido a tierra y muere a las pocas semanas. Pese a estos iniciales contratiempos el barco se hace a la mar. Los medicamentos y los vendajes han sido revisados por el médico antes de salir. La travesía ha comenzado. Dos son los principales problemas que les acucian: la enfermedad de los marineros y la brisa, demasiado ligera para que puedan avanzar. La calma chicha influye sobre la salud de los tripulantes empeorándola. A esto hay que sumar la superstición de Burns que tiene constantemente presente la maldición del antiguo capitán y el descubrimiento de que el polvo blanco que el médico y todos ellos habían considerado quinina es, en realidad, una droga. Seguramente porque el fallecido capitán conocedor de los elevados precios que se pagaban en Asia por la quinina, traficaba con ella. Al descubrirlo, lo primero que siente Conrad es el enojo ante su propia conducta. A él y a nadie más que él correspondía asegurarse de que el aprovisionamiento del barco estaba realizado correctamente. Él había fallado. Un terrible sentimiento de culpabilidad se apodera de él.
Pg. 156 -158). “La primera cuestión que se presentaba era determinar lo que debía hacerse. ¿Qué podía hacerse? Evidentemente ante todo era preciso advertir a los hombres. Aquel mismo día lo hice, pues no quería que la noticia se esparciese por sí sola. Yo afrontaría la situación. (…)Jamás criminal alguno se sintió tan oprimido por el sentimiento de su responsabilidad. (…) Les habría reconocido de buena gana el derecho de hacerme pedazos. (…) pero cuando les hube dicho que tenía la intención de dirigirme hacia Singapur y que la suerte del navío y de su tripulación residía en los esfuerzos de todos nosotros, enfermos y sanos, para sacar de allí el barco, recibí el estímulo de un murmullo de asentimiento y de una voz que gritó: - “¡Desde luego que lo sacaremos de este cochino agujero!”
Y desde luego que lo sacan. El capitán permanece en cubierta diecisiete días y pasa cuarenta y cuatro horas sin dormir. Ransome, el mayordomo aquejado de una dolencia del corazón se convierte en una ayuda inestimable y cumple funciones que sobrepasan sus obligaciones. El timonel Gambril y el marinero Frenchy trabajan estando enfermos hasta el límite de sus fuerzas. En cuanto a Burns lanza un improperio al capitán muerto desafiándolo. Cada uno, según su modo y manera de ser, colabora a la consecución del fin general: llegar a buen puerto.
Pg.195) La barrera de horrible inmovilidad que venía aprisionándonos desde hacía tantos días, estaba rota al fin. Pg.197) La brisa –una verdadera brisa esta vez- continuó soplando.
Es cierto, los dioses se han mostrado benevolentes con una tripulación que ha invertido todos sus esfuerzos en conseguir su propósito. Es cierto, la providencia del Poder Supremo es un elemento ineludible para alcanzar cualquier objetivo que se precie pero de poco sirve ante actitudes indolentes e inmorales como la del capitán fallecido. La responsabilidad de todos puede, sin embargo, ayudar a resolver y superar situaciones que en un primer momento se vislumbran como insalvables.
                                                                        Comentario:
                                   La victoria de las ideologías extremas en las elecciones europeas.
Europa,o la nueva Ifigenia, y Fuenteovejuna.
Acabo de conocer los resultados de las elecciones europeas. Para ser sincera lo único que me asombra  es el asombro de los partidos tradicionalmente mayoritarios ante su propio fracaso. Me pregunto cómo es posible que, de repente, todos ellos se rasguen sus vestiduras, embadurnen sus cabellos con ceniza y entonen sus lamentaciones a voz en grito como si de antiguas plañideras griegas en un entierro se tratara. Me asombra que sean incapaces de comprender que son ellos, justamente ellos, los que han entregado su hija Europa a sus asesinos. Por su parte, los asesinos de Europa están convencidos de que sacrificándola a los dioses lograrán que el barco vuelva a navegar felizmente por los mares de la prosperidad. Que lo consigan o no, depende en última instancia –faltaría más-  de los dioses. Así pues, lo primero que se impone es el sacrificio que los dioses parecen exigir. Después, los dioses dirán. Mientras tanto,  los padres de esa hija inocente aún encuentran fuerzas para llorar y decir que no entienden cómo ha podido caer en manos de esos malvados, de esos amotinados. Y yo, francamente, me considero incapaz de deducir si ello se debe a su sincera falta de entendimiento o a la hipocresía más desalmada que uno pueda imaginar. Porque son ellos, justamente ellos, los culpables de que Europa haya caído en manos de quién ha  caído para ser inmolada; ellos los que han justificado una austeridad que para muchas familias iba más allá de lo soportable; ellos los que han permitido que la sociedad española siguiera dividida entre los que tienen recursos y pueden gastar y los que no. Y en lo que al cuarto poder ser refiere, lo cierto es que  la prensa no ha tenido ningún reparo en ayudarles con artículos en los que la realidad aparecía empañada, y se informaba sobre cómo vivir bien, comer bien y dónde encontrar los lugares más exquisitos del planeta para pasar las vacaciones. Criticar, solo criticaban cuando el político de turno se había convertido en su enemigo personal. Las rencillas políticas encubrían los sufrimientos de seis millones de españoles como si estas existencias precarias pertenecieran a la realidad virtual, a una docu-realidad, pero no a la verdadera sociedad. Son los partidos tradicionales los que han configurado unos planes de estudios en los que resultaba más importante la cuestión de “religión, sí” “religión, no” que el dominio de las matemáticas y de las reglas gramaticales de escritura. Son ellos los que han construido un país de jubilados anticipados, de jóvenes que tenían que estudiar eternamente porque no tenían otra cosa mejor que hacer hasta que encontraran un trabajo “digno”  (“formarse”, le llaman a gastarse dinero en coleccionar titulitos que no sirven para nada, ¡qué necedad!),  y funcionarios con carnet político y relaciones varias. Son ellos los que, cuando el  único trabajo “digno” que han encontrado esos formados ha sido vender su vida y su cuerpo, han preferido hablar de una sociedad abierta (¡y tanto!), obviando el incremento preocupante de las enfermedades venéreas y del consumo del alcohol y de la droga entre esa juventud por cuya formación parecían mostrarse tan preocupados; ellos los que han callado cuando los casos de corrupción se sucedían  y cuando el pueblo se hacía cómplice de dicha corrupción esgrimiendo el consabido “hazlo tú, si tú no lo haces lo hará otro”,  sin percatarse que el “yo autónomo, crítico y esforzado” desaparecía surgiendo en su lugar un “yo sustituible y contingente”. "Da igual quién participe en los tejemanejes. El sistema funcionará conmigo o sin mí. Los mismos perros con distintos collares”. Así que la tan traída y llevada “solidaridad” ha consistido fundamentalmente en participar de tal sistema corrupto.  Ninguno de ellos –pobres  desconsolados progenitores de Europa - ha escuchado nunca decir al pueblo “hazlo tú, si tú no lo haces lo hará otro”. La frase les resulta nueva y les parece inadmisible. “¿Quién ha pronunciado tamaño disparate?” – preguntan entre consternados y enfurecidos.
“FUENTEOVEJUNA”  – responde el pueblo.
En tiempos de vacas gordas, qué importa. Pero los tiempos de las vacas flacas se acercan siempre inexorablemente. Los poderes establecidos han estado justificando que los recortes y las subidas de impuestos se debían a las órdenes que recibían de Bruselas. ¡Oh, tirana Bruselas!  ¿También les impuso Bruselas el despilfarro y la corrupción? ¿También les impuso Bruselas la disipación de las costumbres? ¡Oh! ¡Ya estamos con la moral!  ¡Sí, sí! Desde luego que sí. Ya es hora de que nos ocupemos de la moral. Que Dios haya muerto no significa que la virtud haya de seguir su mismo camino. Porque lo absolutamente atroz no es  sólo que las arcas del Estado estén vacías sino que también lo estén las virtudes de las que Montesquieu, Voltaire y compañía hablaban, esas que hacían posible que la sociedad funcionara. Y si los padres narcisistas de la joven Europa se atrevieran a reflexionar seriamente –cosa que dudo- comprenderían que los extremos no sólo han ganado votos con la idea de sacrificar Europa a los dioses para implorarles que el barco vuelva a navegar sino que se han ayudado de la propuesta de un Nuevo Orden. Sí, en efecto, un Nuevo Orden. ¡Qué insensatez pensar que el Nuevo Orden lo traería el caduco sistema establecido! El Nuevo Orden lo traerán, claro, las nuevas fuerzas.  Y no será únicamente un nuevo sistema político sino también un nuevo código de valores morales. 
Los partidos tradicionales no han entendido nada, en efecto. Valls, en Francia, anuncia nuevas bajadas de impuestos ¡cómo si eso importara ya mucho! Algo más profundo es lo que se ha estado gestando sin que ellos se dieran cuenta: la necesidad de un sincero código de valores, remarcando la palabra “sincero”. Y esto es justamente lo que ha llevado a Fuenteovejuna a elegir a aquéllos que dicen que sacrificando Europa el barco volverá a navegar. No es populismo ni demagogia lo que ha llevado al pueblo a querer la muerte de la inocente Europa. Han sido sus anhelos de sinceridad, de un mundo no virtual, de un mundo en el que al pan se le llame pan y al vino, vino. El pueblo está harto de palabras, de falsas justificaciones, está harto de estar enterado de todo lo que pasa sin poder hablar – a ver si así le cae “algo”, al menos “algo”- de los despilfarros económicos de sus gobernantes. “¿Han desaparecido dos mil millones de Euros en Andalucía? ¡¿Quién se los ha llevado?!” – preguntan entre consternados y enfurecidos.
“FUENTEOVEJUNA” – responde el pueblo
Y esta vez parece que esconde un garrote entre las manos. Y es que Fuenteovejuna está cansada. Su extremismo es signo de su cansancio. Está tan cansada que cree – lo cree, cuando ya había perdido la esperanza de poder creer -que ofreciendo Europa a los dioses conseguirá seguir adelante. Detrás no hay ninguna conspiración. Si acaso la intuición de los clásicos listillos que les informa fehacientemente cuándo han de subir al estrado para sacar provecho propio de los miedos atávicos y del agotamiento del pueblo.
El barco está parado. A la calma chicha le suceden feroces tormentas y a éstas nuevamente la calma chicha. La tripulación está cansada. Algunos, como los españoles, están hastiados de un sistema ahogado en la corrupción y votan a la extrema izquierda, que les promete  honestidad y justicia. Otros, como en Francia,  están hartos de las luchas culturales y religiosas a las que unos y otros les sumen día sí y día también, así que votan a los partidos de extrema derecha, que les aseguran la recuperación de su perdida identidad. 
Mientras los asesinos de Europa prometen hacer realidad los sueños ancestrales de las Fuenteovejunas nacionales, los padres de Europa lloran inconsolables al par que se niegan a aceptar que han conducido al barco al lugar terrible en el que éste se encuentra. Resulta más cómodo permanecer en la juventud inconsciente y despreocupada que atravesar la línea de sombra que conduce a la madurez. Pero traspasarla no es un acto de voluntad: Es un momento inevitable que pertenece a la vida. De ese acto de responsabilidad depende que un barco pueda llegar a buen puerto o hundirse en lo más profundo de los abismos.
Lo cierto es que unos y otros: los partidos tradicionales y Fuenteovejuna, han sido incapaces de pararse a pensar que no los dioses, sino ellos mismos, con su responsabilidad y a través de su esfuerzo son los únicos que pueden sacar a Europa y al barco del atolladero.
¿Quién ha leído “La línea de sombra” de Joseph Conrad?
Ellos, desde luego, no
Fuenteovejuna parece ser que tampoco.
No estaría de más empezar a hacerlo.
La línea de sombra nos envuelve.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado-Gascón
Nota: El ejemplar que he consultado pertenece a “Ediciones B” Primera Edición: Mayo 1988. La traducción es de Ricardo Baeza, Para mi satisfacción (por aquello de: “mal de muchos, consuelo de tontos”) he de decir que aparecen varias erratas. Aprovecho la ocasión para pedir perdón por mis errores de sintaxis y comas. Lo cierto es que muchas veces, en mi precipitación, no corrijo adecuadamente mis escritos y he de ir haciéndolo una vez que ya están publicados.

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